La Prehistoria es la primera etapa de la historia. Se extiende desde la aparición de los primeros testimonios materiales y humanos hasta la aparición de la escritura. También sirve para designar a la ciencia nacida a mediados del siglo XIX que estudia al ser humano, su cultura material y sus sistemas sociales, valiéndose básicamente de los restos materiales obtenidos en las excavaciones y apoyándose en disciplinas auxiliares como la antropología.
Antes de abordar la prehistoria peninsular es conveniente definir qué es hominización, pues serán los seres humanos los que determinen e interpreten la historia en sus diversas fases. Se entiende por hominización el proceso mediante el cual los primates fueron evolucionando hasta convertirse en homo sapiens (Humanos Anatómicamente Modernos). ¿Cuáles son los rasgos que nos caracterizan y diferencian a primates de humanos?:
● La posición erguida
● El bipedismo (caminar sobre dos piernas y no a 4 patas), lo que permitió la liberación de las manos y la ampliación del campo de visión
● El aumento del tamaño del cerebro y la disminución del tamaño de las mandíbulas y los dientes.
● El lenguaje simbólico, es decir, la capacidad de expresar ideas por medio de sonidos y expresiones faciales.
Todas estas características se fueron adquiriendo poco a poco, como consecuencia de la evolución y la selección natural (supervivencia de los que mejor se adaptaron al medio natural).
En el caso de la Península Ibérica los primeros pobladores llegaron hace aproximadamente 1 millón de años, dato que conocemos gracias a los importantes descubrimientos arqueológicos que se han llevado a cabo en nuestro país. La etapa más antigua y larga de la Prehistoria es el Paleolítico, periodo caracterizado por el nomadismo estacional de sus pobladores y el desarrollo de la caza, la pesca y la recolección de frutos. Estas sociedades vivían en pequeños grupos, habitando en pequeñas cabañas y ocasionalmente en cuevas. A esta etapa pertenecerían los primeros grupos de homínidos hallados en la Península Ibérica correspondientes al género Homo, los cuales aparecieron en Atapuerca (Burgos) y fueron denominados como Homo antecessor. En este mismo lugar se encontraron restos de otra especie conocida como Homo heidelbergensis, considerados a su vez antepasados del Homo neandertalensis. Gracias a estos hallazgos conocemos que durante esta etapa las herramientas utilizadas eran bastante toscas, con lascas, choppers o bifaces que se fabricaban golpeando unas piedras con otras hasta darles forma.
Entre los años 100.000 y 35.000 a.C. se sabe que habitó la Península Ibérica el Homo neandertalensis, caracterizado por su baja estatura y robustez, cierta organización social, conocimiento del fuego y práctica de ritos funerarios. Son muchas las herramientas que se han encontrado en los yacimientos de este periodo (raederas, cuchillos, puntas de flecha…) las cuales presentan un mayor dominio de la técnica en el trabajo de la piedra. Se han hallado restos en Asturias, la Cova Negra (Valencia) o Banyoles (Gerona).
Hacia el año 40.000 a.C. llegó a la Península Ibérica el Homo sapiens (especie humana similar a la actual), caracterizado por la especialización de la industria lítica (utilización de nuevos materiales como el hueso, asta, conchas…) y el desarrollo de arte rupestre y mobiliar. Destacan las pinturas de la zona cantábrica como las de Altamira, con representación de figuras de animales y símbolos. También han aparecido pinturas en la zona mediterránea como las de Cogull (Lleida) y La Valltorta (Castellón), más esquemáticas y con escenas narrativas.
En torno al año 5000 a. C. aparecieron en la Península Ibérica las primeras sociedades del Neolítico, segunda etapa de la Prehistoria. Durante este periodo apareció la agricultura, la ganadería y actividades nuevas como la fabricación de la cerámica y tejidos. Todo esto propició el sedentarismo y la aparición de poblados estables. El Neolítico tuvo su origen en el Oriente Próximo y desde allí se fue extendiendo por el litoral mediterráneo hasta llegar a la Península Ibérica. En una primera fase los asentamientos se realizaron en la costa valenciana, lugar donde están los yacimientos más importantes conocidos por la utilización de la cerámica cardial (decoración con conchas de molusco) Posteriormente aparecieron poblados en zonas más llanas, destacando la proliferación de sepulturas organizadas en necrópolis.
Hacia el tercer y segundo milenio a.C. se introdujo la metalurgia en la Península Ibérica comenzando primero por el cobre y el bronce, y más tarde el hierro. Esto permitió la producción utensilios metálicos, mucho más especializados, resistentes y eficaces. La etapa en la que se produjo la metalurgia del cobre se denomina Calcolítico. Su aparición está vinculada al megalitismo (construcciones de grandes piedras), destacando la zona de Extremadura y Andalucía. También en esta etapa se construyeron poblados amurallados y se desarrolló la cultura de Los Millares (Almería) y la cultura del vaso campaniforme. Con el tiempo se produjo el paso del cobre al bronce, los poblados crecieron y destacaron culturas como la de El Argar (Almería), los campos de urnas de la zona levantina y catalana y los monumentos megalíticos de las Islas Baleares (talayots, navetas y taulas). En torno al año 1000 a.C. se inició en la Península la Edad de Hierro, etapa que coincidió con la llegada de los pueblos procedentes de Europa central (indoeuropeos), avanzada esta etapa llegarán pueblos que dejarán testimonios escritos (como griegos o fenicios), lo que supone el paso de la Prehistoria a la Historia. Durante este periodo las sociedades que vivían en la Península recibieron la influencia decisiva de pueblos indoeuropeos procedentes de Europa central, así como de fenicios, griegos y cartagineses procedentes del Mediterráneo oriental. Estos pueblos influyeron en la configuración de las culturas tartesia, ibera y celta.
Los celtas fueron un pueblo indoeuropeo que tras cruzar los Pirineos habitaron las tierras de la meseta norte y la costa atlántica peninsular. Su economía era rudimentaria y autosuficiente basada en la agricultura y ganadería, pero aportaron importantes avances técnicos en el uso del hierro y bronce. Elaboraban tejidos y cerámica. Se asentaban en castros (casas circulares) situados en zonas elevadas y su organización social era tribal. No conocían la escritura.
Los íberos fueron un pueblo indoeuropeo que se asentó en el sur de la Península y en la costa mediterránea. Su economía se basaba en la agricultura (cereales, vid y olivo) aunque también practicaron la ganadería. En el sur se explotaron minas y se fabricaron armas como la falcata ibérica. A diferencia de los celtas desarrollaron una importante actividad comercial, entrando en contacto con griegos, fenicios y cartagineses y acuñando su propia moneda. Habitaban en poblados amurallados y su organización social era tribal y muy jerarquizada. El desarrollo cultural de los iberos fue muy importante: utilizaron la escritura, su religión recibió influencias griegas, fenicias y cartaginesas y en el arte destacaron sus esculturas de figuras humanas y de animales como la Dama de Elche o la Dama de Baza.
En la zona de confluencia de celtas e íberos, aproximadamente en el sistema Ibérico y este de sistema Central, apareció una cultura con características peculiares que mezcló elementos de ambos. A estos pueblos se los suele considerar como celtíberos y se caracterizaron por ser importantes guerreros, con una gran tecnología armamentística.
La riqueza mineral existente en el sur de la Península y su situación estratégica llamó la atención de diversos pueblos colonizadores que llegaron a través del Mediterráneo. Los primeros en llegar fueron los fenicios, los cuales fundaron en torno al año 800 a.C. la ciudad de Gadir (Cádiz), además de otras colonias por la costa sur mediterránea como Malaca, Sexi o Abdera. Los fenicios obtenían de los indígenas de Tartessos principalmente plata, plomo y oro a cambio de joyas, telas, cerámicas, etc. Cultivaban la vid y el olivo para producir vino y aceite, e impulsaron la pesca y la salazón del atún. Más tarde, hacia el siglo VIII a.C. llegaron los griegos, los cuales fundaron nuevas colonias en la costa norte mediterránea como Emporion (Ampurias), Rhode (Rosas), Mainake o Hemeroskopeion. Los griegos establecieron relaciones comerciales y culturales con los pueblos indígenas vecinos para obtener metales, esparto, aceite de oliva y sal. En el siglo VI a.C. los cartagineses sustituyeron a los fenicios, continuando con su labor colonizadora y expandiéndose hacia el este y el norte. A partir del siglo III a.C. los cartagineses fundaron Ebusus (Ibiza) y Villaricos (Almería). Todos estos pueblos difundieron el uso de la moneda, el arado, las salazones, el uso del hierro y los modelos urbanísticos entre otros.
La llegada de los fenicios supuso gran importancia para las sociedades indígenas que habitaban el suroeste peninsular, en las que aparecieron élites guerreras que basaban su poder en el control del comercio con los fenicios, impulsando la minería destinada al intercambio con los fenicios. De este modo, entre los siglos X y VI a.C., en el Bajo Guadalquivir se desarrolló una cultura conocida como, Tartesos, que aparece citada en varias fuentes: por los hebreos de la Biblia, por los fenicios, los griegos y romanos. Todas hablan de una tierra fértil y rica en minerales (plata, cobre y oro) Parece que conocían el torno alfarero, la metalurgia de la plata y una orfebrería muy desarrollada. Cuando los fenicios entraron en declive, los tartesios, a pesar de entrar en contacto con los griegos y cartagineses, fueron desapareciendo. Entre las razones que provocaron esto pudo deberse a la combinación de varios factores como el creciente poder de Cartago, la sustitución del bronce por el hierro o el agotamiento de las minas.