La Hispania romana y la monarquía visigoda.
La conquista romana de la Península Ibérica fue un proceso histórico de control militar que supuso la transformación sociocultural del territorio ocupado por Roma. Se desarrolló en varias etapas (218 a.C.- 19 a.C.). Su presencia hay que ponerla en relación con el desarrollo de las llamadas guerras Púnicas, que enfrentaron a Roma con Cartago para hacerse con el dominio del Mediterráneo occidental. Los cartagineses, que tenían asentamientos importantes en el levante peninsular, decidieron atacar a Roma a través del sur de Francia y los Alpes. La conquista de Sagunto, ciudad protegida por Roma[1], fue la causa por la que los romanos iniciaron la II Guerra Púnica (218-197 a.C.) cuando varias legiones dirigidas por Publio Cornelio Escipión desembarcaron en Emporion (Ampurias). Desde entonces y hasta el año 197 a.C., Roma conquistó casi sin resistencia toda la costa mediterránea peninsular, el valle del Guadalquivir y parte del valle del Ebro. Con la derrota definitiva de los cartagineses, el interés de los romanos recayó en la conquista del interior peninsular (197-29 a.C.), sin embargo aquí se encontraron con una importante oposición de pueblos peninsulares, sobre todo los lusitanos (destacó su líder Viriato) y los celtíberos (con la fuerte resistencia de Numancia que aguantó 10 años de asedio) Tras la ocupación de la Meseta peninsular, los romanos iniciaron la conquista de la cornisa cantábrica en las llamadas guerras Cántabras (29-19 a.C.). Fue durante el mandato de Octavio Augusto, primer emperador romano, cuando los romanos consiguieron el control más o menos efectivo del conjunto de pueblos galaicos, astures y cántabros que habitaban estas tierras. Con el sometimiento de las mismas, los romanos pusieron fin a la conquista de la Península, territorio que llamaron Hispania, el cual se integró dentro del Imperio Romano.
Paralelamente a todo este proceso de conquista de Hispania se inició también un proceso de romanización, en el que las sociedades indígenas de la Península Ibérica fueron adoptando la cultura (lengua, instituciones, derecho, religión…) y forma de vida de los romanos. Uno de los primeros elementos de la romanización fue el de la administración provincial para conseguir un mejor control de los territorios. Con el inicio de la conquista Hispania se dividió en dos provincias (Citerior y Ulterior). Posteriormente el emperador Augusto la reorganizó dividiendo la Ulterior en dos nuevas provincias llamadas Lusitania y Bética, mientras que la Citerior pasó a denominarse Tarraconensis. En el siglo III d. C. el emperador Diocleciano realizó una nueva división administrativa, con una Hispania dividida en Gallaecia, Cartaginense, Lusitania, Bética, Tarraconense y Balearica.
Otro elemento de la romanización de Hispania fue la creación de un sistema urbano y red de comunicaciones, en el que la ciudad se convirtió en el centro político, administrativo, religioso y económico del territorio hispanorromano. Junto a la existencia de las viejas ciudades indígenas, los romanos fundaron nuevas colonias para acoger a los legionarios veteranos (Tarraco, Emérita Augusta, Caesaraugusta…) Para unir todas estas ciudades se creó una importante red de comunicaciones formada por calzadas, que facilitó el desplazamiento entre las mismas y desarrolló el comercio. También los romanos impusieron sus estructuras económicas y sociales de la siguiente forma:
● La economía se fundamentó en la agricultura y la ganadería (cultivo de cereal, olivo y vid). Era una economía de tipo colonial respecto a Hispania. Desde la Península se exportaban materias primas (vino, aceite, oro, plata, cobre…) y se importaban productos manufacturados. También se llevó a cabo una explotación minera (oro de las Médulas y sierra Morena, plata de sierra Morena y cobre de Río Tinto).
● La estructura de la sociedad que venía dada según su riqueza, junto a factores jurídicos y políticos. Una primera división venía dada por la condición de hombre libre o esclavo. Jerárquicamente se podría diferenciar las siguientes categorías que se muestran en la imagen.
Ilustración 1. Pirámide social romana
Pero la larga presencia romana en Hispania dejó una importante huella cultural, destacando el uso del latín como gran elemento integrador. Hay que destacar que algunos de los más importantes intelectuales romanos fueron hispanos (Séneca, Quintiliano o Marcial), e incluso también emperadores como Trajano, Adriano o Teodosio. Otras aportaciones romanas fueron el derecho romano, base del actual sistema jurídico, y una importante huella artística con obras que todavía perviven en edificios públicos (templos, teatros, anfiteatros, circos y termas), obras de ingeniería (puentes, acueductos y murallas), y esculturas y mosaicos (palacios, foros y villas)
También con los romanos se introdujo su religión de carácter politeísta, caracterizada por la fusión de sus divinidades con las de los pueblos a los que iban llegando, así como el culto al emperador. A partir del siglo III d.C. llegó el cristianismo a Hispania, que chocó con el poder romano y sufrió importantes persecuciones y condenas. Con el Edicto de Milán (313 d. C.) se concedió la libertad de culto a los cristianos, al tiempo que el emperador Constantino I se convertía a la nueva religión. Años más tarde fue declarada como religión oficial del Estado romano, y desde entonces la Iglesia católica se convirtió en un poderoso colaborador de la latinización de la sociedad hispánica.
En el siglo III d.C. se produjo una grave crisis en el Imperio romano por varios factores que acabaron por debilitar todas las instituciones imperiales. Entre los motivos mencionados por las diferentes visiones historiográficas están las que se muestran a continuación:
● El declive de las ciudades
● La ruralización de la sociedad
● La disminución del número de esclavos
● La difusión del cristianismo
● El debilitamiento de las tradiciones culturales clásicas
● La sustitución de las relaciones de tipo público entre los “súbditos” y el Imperio por otras de carácter privado entre estos “súbditos” y los propietarios ricos.
● A todas las causas citadas habría que añadir las incursiones de los pueblos bárbaros en el territorio romano, que aprovecharon la inestabilidad del poder imperial y la incapacidad de un ejército para contenerlos.
A finales del siglo IV el Imperio se dividió en dos con el objetivo de defenderse mejor, si bien la parte occidental acabó pronto sucumbiendo. En este contexto se produjo la llegada de suevos, vándalos y alanos a la Península Ibérica, los cuales se asentaron por diversas zonas. Esta situación no fue del agrado de una Roma debilitada, que tuvo que recurrir a otro pueblo bárbaro, los visigodos, que desde hacía poco estaban asentados en el sur de Francia fruto un pacto pacífico, con quienes pactó (mediante un acuerdo denominado foedus) para expulsar a dichos pueblos. Con la caída del Imperio romano de Occidente (476 d.C.), los visigodos crearon el reino de Tolosa, un territorio que abarcaba el sur de Francia y gran parte de Hispania. A principios del siglo VI los visigodos fueron derrotados por los francos, abandonaron el sur de Francia, y se asentaron definitivamente en la península Ibérica creando el reino visigodo de Toledo.
La organización política de los visigodos se basó en el derecho germánico, con una monarquía electiva, es decir, los nobles elegían de entre ellos a cada nuevo rey. Este hecho provocó una importante inestabilidad política, ya que fueron muchos los enfrentamientos entre la nobleza por hacerse con la corona. A esto se le unió la existencia de una mayoría de población hispano-romana, que hizo aún más complicada la integración social de la población. La situación comenzó a cambiar a partir del reinado de Leovigildo (569-586), etapa en la que se inició un proceso de unificación política de la Península (expulsión de bizantinos y suevos). Esta labor fue continuada posteriormente por sus sucesores, los cuales consiguieron la unidad religiosa (reinado de Recaredo) y la unidad jurídica (publicación del Liber Iudiciorum en el reinado de Recesvinto)
Durante la monarquía visigoda los reyes visigodos gozaron de un gran poder, pero en la práctica lo compartieron con otras instituciones como el Aula Regia (asamblea consejera del rey formada por funcionarios y aristócratas) y los Concilios de Toledo (asamblea de obispos de la Iglesia católica con funciones legislativas).
También durante esta etapa se acentuó la ruralización de la sociedad, en el que las ciudades decayeron, el comercio perdió fuerza y la agricultura y ganadería se convirtieron en las actividades básicas. La ausencia cada vez mayor de esclavos terminó sustituyéndose por campesinos dependientes o siervos. Al mismo tiempo la debilidad del reino visigodo hizo que los pequeños propietarios buscasen la protección de los nobles, cediendo a cambio parte de sus tierras o trabajando para ellos. La monarquía también cedió propiedades, y con todo esto la nobleza fue ganando cada vez más poder.
A finales del siglo VII la inestabilidad de la monarquía aumentó y el poder real acabó debilitándose de nuevo por las continuas luchas entre los nobles por conseguir la corona. En este contexto se produjo la llegada de los musulmanes en el año 711, los cuales acabaron con la monarquía visigoda.
[1] Las fuentes romanas atribuyeron un origen griego a Sagunto en el contexto de su enfrentamiento con Cartago, pero no toda la historiografía está de acuerdo con esta opinión. Para saber más consultar el artículo de Rosa-Araceli Santiago: “Enigmas entorno a Saguntum y Rhoda” publicado en la revista de la Universidad Autónoma de Barcelona Faventia en 1994: https://www.raco.cat/index.php/Faventia/article/download/51119/55830 [consulta realizada el 11 de octubre de 2020]